Marc Anthony da consultas personalizadas en sus conciertos

Marc Anthony da consultas personalizadas en sus conciertos

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Rastrea con su incisiva mirada a cada espectadora. Si pudiera, hablaría con cada uno de ellas. ”No te oigo, mi amor, ¿que me dices?”, le pregunta a una chica que le grita con ansias algo que Marc Anthony no logra escuchar.

Pero, en el concierto de la noche del viernes en Guayaquil, no es la única que le grita. Son varias que lo hacen. Y Marc Anthony se desespera. No considera al público como una manada, sino como lo que son: seres individuales con necesidades particulares. No se dirige a ellos en plural, sino en singular. Quisiera brindar atenciones personalizadas, satisfacer sus individuales pedidos. Dibuja con su mano un imaginario teléfono, hace el ademán de quien se lo lleva a la oreja y le entrega una coqueta consigna exclusivamente a una fan: “Llámame después del concierto que no te entiendo”.

A otra le recibe un sombrero panamá, se lo coloca en su cabeza, baila, canta, le pregunta cómo la está pasando, vuelve a cantar: “Yo trato, trato, trato pero no te olvido/ Yo lucho, lucho, lucho y no lo consigo/ Yo pongo todo de mi parte y no es suficiente/ Es como seguir nadando contra la corriente (…)”.

Cuando concluye la canción, le pide al equipo técnico que prenda todas las luces. Quiere ver con mayor precisión a los casi 14 000 espectadores guayaquileños. Y no habla. De repente un monosílabo angloparlante de impresión por la marea de gente: “Wow”, pero nada más. Se queda largo rato así, dándole forma con sus manos a un fingido telescopio y mirando a través de él hasta a la última fila.

“¿Qué me dices? ¿Dónde es la fiesta después del concierto? ¿En tu casa?”, le pregunta el ganador de tres Grammy Latino a otra fanática. Luego canta ese tema plagado de dudas escritas por el compositor español José Luis Perales: “¿Y cómo es el?/ ¿En qué lugar se enamoró de ti?/ ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿por qué ha robado un trozo de mi vida?/ Es un ladrón que me ha robado todo”.

Más tarde, mientras canta el tema ‘Qué precio tiene el cielo’, una fanática le entrega una almohada humanizada. Tiene forma de cara y corazones rojos en vez de ojos. Él la toma y reemplaza su rostro por el acolchonado regalo. Con ese nueva identidad, permanece gran parte de la canción.

Una chica intenta subir al escenario pero personal de seguridad la detiene a medio camino. Marc Anthony les hace a los guardias un gesto como de déjenla pasar. Y la dejan. La fanática corre hacia él, pega un brinco y le estaciona un beso aéreo justo en la boca. Luego se marcha, campante.

Puso el ejemplo para que, más tarde, mientras Marc Anthony cantaba ‘Tu amor me hace bien’, otra fanática también se arriesgue a sortear la seguridad. Esta vez, el boricua la invita a bailar con él por varios minutos. Luego la despide con un beso, el segundo concreto de la noche.

Besos volados dio 17. “Mua”, le da a alguna chica en el sector de la izquierda. “Mua”, para otra de la derecha. “Mua, mua, mua”, para quién sabe quién. “¿Quieren más salsa? Oh right. Si quieren, les doy. Check it out, baby”.

Canta y hace bailar el tema ‘No hay nadie como ella’. Las parejas corean cara a cara. Luego, el viejo truco de me voy y no regreso. Más previsible que nunca porque se había ido sin cantar ‘Vivir mi vida’, que de paso es el nombre de la gira musical que está emprendiendo en 15 países. Regresa, canta esa pegadiza canción, y se despide regalando una línea de autoayuda: “A vivir, mi gente”.
FUENTE:www.elcomercio.com

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